Si fueras humano.

Author: Luis Ortiz /


No tengo otra forma de demostrarlo, y no me quedo más remedio por lo que hice, que tuve que escribirlo, si alguna vez alguien llega a leer esto, quiero decir que tengo razón y no estoy loca, mi hijo controla las hormigas e hice bien en quitarle la vida. Creo que me preguntaría, ¿porque tuve un hijo así? ¿o la razón de porque Dios me maldeciría/bendeciría con ese infante?, pero no lo pregunto a nadie ni a mi misma por una causa muy justa. La culpa la tiene realmente ese maldito demonio que tuve por novio y me abandono, por eso pido que no me culpen si debía quitarle la vida, lo merecía, yo estaba destinada a hacerlo, aparte que le hice un bien a la humanidad. El maldito manipulaba a las jodidas hormigas porque quería y necesitaba matarme, lo intento hacer cuando yo creía que dormíamos, pero nada mas yo dormía, al acostarnos abrazados para dormir, cuando caía en un sueño profundo con el cerca de mi, el muy cabrón las dirigía a mi boca, a mi nariz, el muy perro quería matarme, fingiendo ser un niño muy frágil y desprotegido. Me merezco toda la tortura que pase a su lado, así como todos los infortunios que sufrí por su culpa ante los demás, y aunque tarde años en descubrirlo hasta el día del gran alivio, donde el cese de su aliento me produjo tranquilidad. Esas hormigas estaban en todos lados, con un hedor particular era muy fácil imaginar donde se encontraban, tenían ese olor a azufre que impregnaba todos los lugares donde estuvieran, con eso podía rastrearlas y eliminarlas, podían pasar algunas horas, a veces incluso algunos días  pero las muy rastreras jamás dejaban de aparecerse en casa. Una ocasión pensé que literalmente me había vuelto loca, yo divisaba una línea desde la cabecera de mi cama, una línea de soldados hormigas que pasaban por el dormitorio, haciendo espirales y figuras seductoras en las paredes, piso y techo, atravesando las paredes por pequeños huecos, siguiéndolas hacía otro cuarto de mi hogar continuaban haciendo esas peculiares figuras, que me embelesaban y me dejaban sintiéndome borracha. Por todos los cuartos del lugar se movían, se seguían, y yo continuamente las admiraba, y el final de su trayecto yacía en la sala, donde se acumulaban haciendo espirales, nudos, y otras diversas formas muy extrañas, hacían rostros, paisajes a una velocidad impresionante, para cuando me di cuenta todas me rodeaban a mi. Intente escapar por las ventanas y puertas pero estaban todas atascadas, había hormigas de fuego incluso en el cuarto de baño, no podía escapar, mi única esperanza era dormir y despertar de esa pesadilla. Cuando desperté no lo podía creer, las hormigas aún seguían ahí, y yo permanecía acostada en posición fetal en el centro de la sala y así preferí mantenerme horas y horas. Pasado algún tiempo de despertar y dormir, ellas ya no estaban, pero sonaba una tonada muy bonita, muy bella, era mi hermano que le gustaba tocar el piano, en ocasiones el cantaba y me hacía sentir una tranquilidad muy grande, el tenía llave de la casa, una sola llave divide el dentro del afuera aquí en mi casa. Aquí lloro en silencio, recordando cosas muy viejas, donde alguna vez tuve un novio hermoso y atento, el tenía quince años y yo dieciséis, me lamento, me lamento en su ausencia, y el dolor que eso me provoca, un dolor que me entristece el alma, y me hace ver en perspectiva esto que me mata por dentro, haberlo perdido a el, haberlo perdido todo, y ahora por haber desperdiciado, por no haber apreciado aquello tan bello, sucedió tener un novio tan mierda como este, padre del engendro que tengo por hijo. ¡Maldito seas Eugenio! ¡maldito el día que te conocí!. Pero no me puedo enfurecer, no con algo así, no con ese arrullo que me lleva a un parque viejo, acabado por el tiempo donde apenas algunos arboles con hojas secas nos protegen de la oscuridad, y una lámpara a media luz nos alivia las ansiedades, bajo una luna que nos baña la piel para curarnos del terror de estar vivos junto a lo cruel del mundo. Pero no, no debo arrepentirme ni buscar la salvación, si he de arder en el infierno, si he de sufrir las más viles torturas del más terrible demonio que así sea, no voy a detenerme, buscaré al resto de la camada, porque esos niños los parimos nosotros, las pirujas que gozamos y nos aprovechamos de la vida y de lo que nos dio, solo para desperdiciarlo, pero no me redimiré, ni obtendré el perdón, pero esos malditos infantes no tomarán una vida más.
Van dos semanas, y ya han caído dos infantes más, lo que inicio como una justificación me ha abierto los ojos, una epifanía me devoró el alma terrenal, me introdujo en una sensación de infinito dolor, que me mueve a evitar la prolongación de estos, porque su existencia, su aliento, sus respiraciones invaden el aire, lo contaminan y yo debo evitar esto, no existe el no sufrimiento, me di cuenta demasiado tarde y ahora debo, me debo un respiro. Pero no abandonaré esta persecución, no cuando estoy tan cerca de deshacerme de todos ellos. Ahora solo debo permanecer algunos días o semanas en este pueblo, oculto en los valles, pasar desapercibida y pensar, pensar mucho, buscar el origen de los niños malditos, porque no se encuentra en mi pobre vagina, ni en la de las otras mujeres, en nada tenemos la culpa de que vengan defectuosos de fabrica. Un lugar tranquilo me parece, donde los rostros brillan al atardecer con color rojizo, donde las sonrisas no se esconden y al contrario se aparecen en canciones, murmullos, en ritmos suaves de caderas en las calles, con jovencitas, mujeres, y alguno otro hombre que se permite divertirse durante el crepúsculo. Aquí los pequeños adoran y aman a sus madres, las colman de besos, abrazos, les brindan la calidez que ellas requieren, por haberla perdido en el parto de tan lindos ángeles como les habrá sucedido en ocasiones, durante las lagrimas eternas llenas de sufrimiento en sus enfermedades, en los desvelos ahuyentando los males que invaden los lugares alejados de la humanidad, de la conglomeración, del vicio, que buscan esparcirse. Yo sería una madre como esas, soy una madre como esas, y fui atrapada en un lugar terrible, espantoso donde mi mente sufría mil transformaciones, hasta el rescate de mi fiel carne, del llamado de la consanguinidad. Ahora, entre suspiros me viene y me va, los recuerdos del pequeño, cubierto en hormigas moviendo su diminuto cuerpo, empujando con toda su fuerza en sus piernas la porcelana, tratando de salir del retrete. Las hormigas, haciendo figuras en la pared coincidían con los esfuerzos sobrenaturales de sus pequeños pulmones, de su rápido parpadeo y la forma tan elocuente en que sus ojos se volteaban por la falta de oxígeno, mis puños pequeños débiles, golpe tras golpe azotando hasta perder mis fuerzas, mis lagrimas y escuchar el crujir de sus tiernos huesos. Oír el entrar de mi hermano a la casa, y como las hormigas en un cambio de estrofa se apoderaban de sus extremidades, los floreros y las tonadas de dolor en sus alaridos cambiaban mi estado de ánimo, lo erótico de la muerte retozaba en sus inhalaciones y la vida le llegaba breve al soltar el aire. Con un cuerpo casi al punto del alma en el infierno, toma asiento y gentilmente toca el piano. Entre desmayarme, despertar y sonreír, su música las detuvo. La colonia pereció junto a mi pequeño, y yo aquí, esperando reunir más fuerzas en búsqueda de otros infantes. Uno de ellos, controlaba la suavidad del aire o la dureza del mismo, hizo jirones los tejidos de mi piel, y mis bellas piernas dejaron de serlo, deshacerse del mismo fue fácil. Solo tuve que permitirle sentir el dolor más bello, perder una extremidad sin hacer algo al respecto, el sufrimiento y la desesperación descontrolaron su arte oscura de dominar el aire, termino quitándose la vida  sin saberlo. Del otro pequeño ni hablar, el peor de los tres y de los futuros por venir, mejor a descansar y esperar reunir fuerzas, porque el mundo no necesita más infantes inhumanos como estos. Solo espero llegue el día de mi juicio, y mi alma pueda sanar o sufrir por la eternidad.